Siervo

Me identifica una marca que consiste en una banda de metal incorruptible que simboliza la presencia del Espíritu Santo en mi interior, quien alienta y dirige mi corazón y es señal de que he nacido de nuevo, esto es, que acepté a Jesús como mi único y verdadero salvador. Como los esclavos en el tiempo de Roma llevaban una cinta de metal en su cuello, yo la llevo en mi corazón; pero contrario a ellos, mi caso es voluntario y el de ellos era obligatorio.

¿Qué me distingue? O mejor dicho, qué quiero que me distinga en esta vida; ser semejante a Él, aunque resulte ser una imitación muy pobre. Pero seguro de que intento ser como Él con todo mi corazón y mis fuerzas, para agradar a mi Señor y no a los hombres.

Cuando el apóstol Pablo escribe a la iglesia en Roma, su carta de presentación es que es un siervo o esclavo de Jesucristo. Roma es el imperio que controla militar y económicamente el mundo de ese tiempo y además se nutre de toda la sabiduría y conocimiento de los griegos. En este imperio se valoraba a las personas por su poder, nivel socioeconómico y educativo. Dentro de este contexto es importante recordar que Pablo es ciudadano romano de nacimiento, tuvo la mejor educación de su tiempo (probablemente el equivalente de varios grados universitarios), y hablaba varios idiomas. Sin embargo, optó por presentarse como esclavo. Lo mismo hizo el apóstol Pedro cuando escribió su segunda carta a los judíos en la dispersión. La marca del creyente es la banda de metal incorruptible que lleva en su corazón y no sus logros.

Me pregunto entonces, ¿De dónde surge esta tendencia moderna de presentar a los predicadores mencionando sus grados académicos y experiencias seculares? ¿Qué se persigue o pretende añadir con estas introducciones? ¿Significa que tiene más autoridad o que es más confiable que el que no las tiene? Esta no es la práctica que caracterizó a los apóstoles.

De hecho, hay movimientos que enseñan que si un creyente no tiene estudios graduados en teología, aunque haya sido llamado por Dios al ministerio pastoral, no puede ejercer el mismo. Una cosa es recomendar que un aspirante al pastorado haga estudios en teología y otra cosa es convertir este proceso en un requisito que está al mismo nivel que los que establece la palabra de Dios. La Biblia indica que esto no se puede hacer. Sin embargo, las introducciones basadas en grados y experiencias seculares fomentan posiciones como la anterior y por ende deben evitarse.

En una ocasión Pablo utilizó su ciudadanía romana (estatus) con el propósito de indicar que el procedimiento que se había utilizado para procesarlo y encarcelarlo no era correcto. Utilizó su condición de ciudadano para corregir lo deficiente. De modo que hay situaciones donde se pueden mencionar los grados, las experiencias y otros; pero solo cuando las circunstancias lo hacen necesario para demostrar que la persona está capacitada y para corregir una percepción o acción incorrecta. No es con el propósito de impresionar ni de ganar ventaja como es común en el mundo.

Los apóstoles que eran pescadores sin cultura ni educación formal, impresionaron a los estudiosos y doctores de su tiempo con sus argumentos, al punto que no podían resistirlos. Ellos mismos decían, ¿cómo es posible que argumenten de esta manera si no tienen educación? La respuesta a esta pregunta es sencilla, “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” Santiago 1:5.

Lo único que necesita un creyente para cumplir con su llamado, ser fiel, es dejar que el Espíritu Santo guíe sus pensamientos y sus acciones a través de la palabra de Dios.