La Armadura de Dios – II (Revisado)

Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios;” (Efesios 6:14-17)

En esta sección de Efesios la frase clave es estar firmes. Debemos estar firmes antes de que comience, durante y después que termine la batalla. En los versos 14 al 17 el apóstol describe cómo debe vestirse el soldado cristiano para estar firme y resistir al diablo en el día malo. El cristiano comienza ajustando su vestimenta con el cinturón de la verdad o la sinceridad. Toda verdad procede de Dios. La primera pieza de la armadura indica que todo lo que hagamos debe brotar de un corazón sincero y que busca decir la verdad.

El cristiano primero que nada, tiene que decir la verdad, la verdad procede de Dios y la mentira del diablo. La mentira se enfrenta y se derrota con la verdad. Cuando el diablo atacó a Jesús en el desierto, con argumentos torcidos y malintencionados, Jesús le respondió citando la Palabra y ella es verdad. Todos los ataques del maligno son en esencia ataques contra la verdad. Esta es una de las razones por la que debemos conocer la verdad de Dios, su Palabra. De manera que cuando el diablo use la estrategia de manipular y alterar la Palabra para confundirnos, podamos decirle, escrito está, “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás.”

Decir la verdad cuesta, puesto que es nadar contra la corriente de este siglo, donde se miente continuamente y se estimula a las personas a mentir. Algunos justifican la mentira diciendo, el propósito era bueno. Pero no nos engañemos, mentira es mentira, y estas mentiras “blancas” van contaminando a la persona y al mismo tiempo van desarrollando el hábito de mentir, hasta convertirse en una obsesión. Si eres diferente, ya que dices la verdad, el sistema y la mayoría de las personas tienden a marginarte. Sin embargo, desde el punto de vista de Dios, estas siendo luz y sal de la tierra.

Somos fieles cuando decimos la verdad aunque duela. A los seres humanos no nos gusta que nos confronten con la verdad. Nos duele cuando nos dicen que hemos cometido una falta y ofendido a una persona o grupo de personas. Nuestro egoísmo es el que resiste a la corrección (verdad). Un buen amigo y hermano es aquel que nos corrige con la verdad cuando no andamos como Dios espera de nosotros. Necesitamos guerreros que mantengan en alto la verdad del evangelio.

La segunda pieza de la armadura es la coraza de justicia. ¿Cuál justicia? ¿La nuestra? De ninguna manera, el apóstol está hablando de la justicia de Dios. En el huerto del Edén el hombre desobedeció a Dios y por consiguiente pasó a ser reo de muerte. Sin embargo, Dios no quería que el hombre muriera eternamente. Por consiguiente, para que el hombre fuera librado de la muerte eterna, alguien que no era reo de muerte, tendría que pagar con su vida, el precio del pecado del hombre. Jesucristo vivió una vida perfecta y por ende el aguijón de la muerte no lo podía tocar. Él era el único que no era reo de muerte y por tanto podía liberar al hombre de la muerte. Por amor, Jesucristo se ofreció a sí mismo para pagar el precio de los pecados de la humanidad, aceptando morir en la cruz; y por consiguiente pasó a ser la justicia de Dios.

La coraza de justicia debe cubrir nuestro corazón para que ningún tipo de injusticia se albergue y eche raíces en él. Dios espera que seamos justos en todas nuestras relaciones. Una persona justa da a cada uno lo que le corresponde. No discrimina ni procede con parcialidad, trata a todos por igual. El enemigo de nuestras almas nos presiona para que actuemos con parcialidad como es común en la corriente del siglo. En nuestra sociedad es evidente que se trata a unos mejor que a otros, por criterios que están relacionados con apariencia física, lugar de procedencia, nivel socioeconómico, educación y otros. Sin embargo, la doctrina cristiana ataca con fuerza la parcialidad. Demostramos que somos cristianos genuinos y nos mantenemos firmes, cuando procedemos de manera justa y resistimos la parcialidad que es parte del viejo hombre.

La tercera parte de la armadura es el calzado. Este debe estar preparado para llevar el evangelio de la paz. Nuestra actividad debe dirigirse a llevar el mensaje de paz, esto es, que a través de la fe en Jesucristo se alcanza paz para con Dios y, la paz con Dios permite tener paz con el prójimo. Las buenas nuevas de salvación en Jesucristo traen paz al corazón del hombre cuando cree a Dios. Somos agentes de paz cuando compartimos las buenas nuevas del evangelio. La Biblia dice que hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para estar en paz con todas las personas debido a que el Espíritu de Dios nos capacita para lograrlo.

La cuarta parte de la armadura es el escudo de la fe con el cual podemos apagar los dardos de fuego del maligno. Esta es una parte muy importante de nuestra armadura. Como dice el apóstol Juan “Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe.” Vencemos al mundo y a su príncipe cuando andamos en la fe. Cuando creemos de todo corazón a las promesas de Dios. Esta certeza de que Dios está con nosotros y que el maligno no nos puede tocar es un escudo gigantesco que no deja pasar ninguna de las estrategias de engaño del maligno. Ninguno de los dardos del diablo puede atravesar este campo de fuerza que es alimentado por nuestra fe en la presencia continua de Dios en nuestras vidas. Ninguna arma forjada prospera contra el creyente que cree en Dios con todas sus fuerzas. No importa cuán bien articulado esté el plan del maligno contra el creyente, si el creyente cree que Dios está con él y espera pacientemente, el plan no prospera ni progresa.

La quinta parte de la armadura es el yermo de la salvación. La salvación es un don de Dios. Somos salvos no por lo que hemos hecho sino por lo que Jesucristo hizo por nosotros en la cruz del calvario. No es por obras para que nadie se gloríe, es por la fe en Jesucristo. Pasamos de muerte ha vida, somos salvos, cuando creemos en Jesucristo como nuestro único y verdadero salvador. Por tanto, debemos confiar en que nuestra salvación no es como un jabón que se resbala de nuestras manos cada vez que fallamos. Estamos convencidos de que Jesús, quien comenzó la obra en nosotros, la perfeccionará hasta el fin. El maligno nunca nos podrá arrebatar de las manos del Señor. Jesús es mayor que él.

La última parte de la armadura es la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. Esta es la pieza que sirve de fundamento a todas las demás. La palabra de Dios nos permite conocer la verdad, la justicia, el contenido del evangelio y en qué consiste la salvación. Además, a través de su conocimiento crecemos en fe. De manera que es de vital importancia leer, escudriñar y meditar en la palabra para poder estar firmes en el día malo.

El creyente se mantiene firme cuando: habla verdad, obra justamente, predica el evangelio con su ejemplo y con su voz, cree en la presencia continua de Dios en su vida (su Espíritu Santo desea guiarlo cada día), cree que Jesús completará su obra en él y estudia la Palabra para pensar y actuar como Jesús.



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